Si bien el mundo occidental está cada día más homogeneizado, las diferencias culturales y de concepto entre Occidente -léase EE.UU, Europa y su onda expansiva- y Asia suelen ser significativas tanto en forma como en fondo.
Ese es el primer gancho que genera “El juego del calamar” (Netflix), serie surcoreana que en una semana dominó la cultura popular en buena parte del mundo, transformó en estrellas globales a algunos de sus protagonistas y puso en el mapa nuevamente a un género audiovisual -de sobrevivencia o battle royale- que está lleno de dilemas morales complejos, los que en esta serie explotan en la cara de los espectadores capítulo tras capítulo.
¿La historia? Seong Gi-hun es un padre divorciado, desatinado y algo inepto que, además, debe mucho dinero. Esa realidad le es enfrentada por un extraño que le invita a participar de un juego donde puede ganar un pozo millonario con sólo superar una serie de pruebas, al que accede a regañadientes.
Ya adentro descubre que él, junto a 455 participantes, todos en algún tipo de problema financiero -algo especialmente grave para la cultura coreana-, debe participar en una serie de competencias donde el que falla, lisa y llanamente, muere. A balazos, de una caída en altura o en algún tipo de competencia mortal. Sea como sea, todos compiten hasta que uno se lleva el premio mayor.
Obviamente, la historia no es tan simple, y ese es el primer logro de esta serie. Al profundizar el contexto personal de los participantes/protagonistas, el que se va reflejando en la medida que avanzan las pruebas y toman decisiones, Hwang Dong-hyuk, guionista y director de la serie, va enmarañando las relaciones entre los participantes hasta el final del viaje, jugando con las expectativas que el espectador va colocando sobre cada uno de ellos y, de la misma manera, subvirtiendo a los individuos por los que, a primera vista, nadie apostaba.
Hay más historias detrás del mortal y lúdico desafío principal del “El juego del calamar”, pero ninguna destaca mucho más que la principal. Y pese al idioma inglés que a ratos asoma en la historia -el sonido y audio en esas secciones fue bien decepcionante-, la irreal zona de juegos parece demasiado falsa como para ser cierto, lo que arma un escenario que mezcla perfectamente el sueño y la realidad.
Y aunque esto del battle royale está lejos de ser original, es la mezcla de elementos culturales, la disparidad de los participantes y, finalmente, la subversión de los personajes los que han permitido enganchar a miles de millones de espectadores con esta serie que, a la hora de sorprender, se lleva el pozo millonario por sobre el resto de los participantes.
Al menos durante un par de semanas.